En la tradición de relaciones entre el periodismo y la literatura pueden señalarse claramente dos grandes etapas: una primera en la que el periodismo era una actividad realizada por escritores, por lo que resultaba inconcebible que se publicaran en la prensa textos escritos sin un estilo atractivo, carentes de un cuidadoso manejo del lenguaje o de estrategias narrativas para ganar la atención del lector.
El periodismo era por entonces una escuela a la que asistían los hombres de letras para aprender a escribir, y por allí pasaron innumerables creadores literarios, desde Swift, De Foe, Dickens y Poe hasta Martí, Hemingway o García Márquez, por mencionar algunos nombres. La segunda etapa de esas relaciones está determinada por la profesionalización de la actividad periodística, y con ella la creciente desaparición del estilo, el desconocimiento del idioma por parte de muchos de los redactores, y la escasa preocupación por el tratamiento estético en la escritura.
A partir de ese momento se impone en la prensa escrita un modelo periodístico que en nombre de la fidelidad a los hechos renuncia a darle una personalidad al cubrimiento noticioso de la realidad. La denominación “periodismo literario” comienza desde entonces a aplicarse con exclusividad, y casi diríamos que de manera despectiva, a las producciones que se alejan del modelo canónico para el cubrimiento noticioso, es decir, aquellas que incumplan con el precepto de informar el quién, cómo, cuándo, dónde y por qué de las noticias, en su estricto orden.
El distanciamiento entre los campos del periodismo y la literatura se ha ampliado de manera considerable en las últimas décadas, debido a la importancia que la prensa escrita le concede a los espacios de publicidad y a la satisfacción de la gran franja de lectores a la que ésta se dirige. Las características de inmediatez, brevedad y superficialidad que determinan las estrategias de mercadeo para el cubrimiento periodístico de los hechos hacen cada vez más eventual la profundidad investigativa y mucho más la calidad estética en el tratamiento periodístico de los temas.
A pesar de lo dicho anteriormente, la revisión de la histórica del periodismo podría demostrarnos que de no haber sido por la contribución de los llamados “hombres de letras” y escritores, quienes le dieron realce y personalidad a la difusión de los mensajes escritos, quizás éste campo no habría logrado tanta incidencia en la conciencia de la colectividad social como llegó a tener.
De igual manera, no podría hablarse de una literatura moderna sin el entrenamiento con el lenguaje, la enseñanza del método investigativo frente a los hechos, el préstamo de algunos procedimientos y formas narrativas que le ha aportado el periodismo a la escritura literaria.
Por esta razón diferimos tanto de las aproximaciones académicas hechas desde el campo de la literatura, caracterizadas por considerar al periodismo, en el mejor de los casos, un género menor de la literatura (en otros simplemente se ignora su producción, precisamente debido a la forma “apresurada” o “superficial” con la que trata sus temas), como de los planteamientos expresados desde las llamadas “ciencias de la información”, que en su obstinación por neutralizar los alcances significativos que podría tener el lenguaje periodístico han terminado por considerar “literatura” todo asomo de personalidad que contraríe la uniformidad estilística que se han propuesto conseguir los medios de prensa escrita.
En nuestra opinión, han sido precisamente las posiciones extremas planteadas desde cada uno de los campos las que han dificultado el examen detallado de las relaciones que a lo largo de su historia común éstos han mantenido. Los escasos volúmenes que en el ámbito hispanoamericano se han dedicado al análisis de las relaciones entre el periodismo y la literatura han tenido hasta el momento una limitada difusión editorial.
De igual manera, salvo algunos excepcionales cursos universitarios, parece haber un desconocimiento en los estudios profesionales del periodismo y la literatura acerca de la muy amplia relación que la corriente periodística-literaria ha venido fundamentado desde el nacimiento mismo del periodismo.
Estamos convencidos de la vigencia que aún tiene esta alianza, como lo demuestran una buena cantidad de libros de crónicas y reportajes editados a ambos lados del hemisferio, la proliferación de novelas de no-ficción, literatura testimonial y muchas otras publicaciones que hacen parte de la producción letrada a medio camino entre el periodismo y la literatura.
En una época en la que los periódicos de circulación masiva reducen sus espacios para la creatividad y la experimentación verbal de los periodistas, éstos han encontrado en algunos medios de prensa alternativos, en espacios virtuales de expresión escrita, y en la edición libresca de sus trabajos de mayor profundidad una oportunidad para la difusión de trabajos periodísticos que han logrado hacer del relato testimonial sobre la realidad una oportunidad para la interpretación, la crítica y hasta la recreación de los hechos.