Eran las ocho de la noche de ese 31 de diciembre (2003) y hasta ahora nada hacía parecer que esa fuera una noche buena. Desde la salida de Bogotá habíamos avanzado en una lenta fila india hasta quedar casi estacionados a pocos kilómetros, pero quizás a horas de distancia de nuestro destino.
Dentro del carro ya habíamos agotado la conversación. Sólo quedaban aire caliente y música mal sintonizada. Veníamos cuatro adultos y tres niños, atiborrados en un automóvil tipo sedán. Los dos carriles se movieron y, como siempre sucede, el carril de al lado corrió más que el nuestro. Volvimos a quedar estacionados. Entonces, sin saber de dónde ni por qué, una sombra vino del costado derecho y se nos echó encima. Escuchamos un golpe en las latas y luego vimos con impotencia cómo una camioneta se arrastraba lentamente contra nosotros, como si hubiera venido a rascarse.
-¡Qué fue eso!¡Hay, Dios mío!.
Hubo unos segundos de pánico: Mi puerta, la del conductor, no podía abrirse. De atrás se bajó mi mujer. ¿Cómo no nos vió? ¿Vendrá borracho o qué? Decía mi papá, sentado a mi izquierda.
Mucho hijueputa!!Era todo lo que repetía yo mientras golpeaba con impotencia el timón.
Por el retrovisor veía los ojos asustados de mi prima y sus hijos. ¡Hay no, pero si veníamos bien! ¿Por qué nos tuvo que pasar esto?, decía ella, con voz ahogada. Pero la camioneta no se detuvo; siguió rodando, buscando otros carros de más adelante para también embestirlos. Golpeó uno más por detrás. Mi mujer me miraba atónita desde la carretera como preguntándome ¿qué hacemos? ¡Súbete que se nos va a volar!, le grité desde la ventanilla. Del otro carro estrellado también se habían bajado. No hubo necesidad de correr mucho. Unos metros más adelante la camioneta se detuvo afuera de la vía.
Seúl, Bogotá y Melgar
Se bajó un hombre amarillo que estaba blanco del susto. Llevaba un celular en la mano. Lo rodeamos: ¿Está borracho o que? ¿Qué le paso?. Del otro lado se bajó otro amarillo, menos pálido. “¡No freno! ¡No freno!” Explicaba. “No hablar español, llamar amigo venir”. Quedamos todos lelos. ¿Con quién íbamos a alegar? Para que le íbamos a seguir mentando la madre si no nos entendía. Se trataba de un grupo de coreanos que al igual que nosotros viajaba a pasar fin de año fuera de Bogotá. También había mujeres y niños entre ellos. De los dos hombres, sólo el que viajaba de copiloto sabía algunas palabras de español.
Algunas de las mujeres de los dos carros afectados- ambos viajaban igual de llenos- fueron a la parte de atrás de la camioneta para ver cómo estaban los demás ocupantes. Al rato volvieron con más información suministrada por una de las coreanas, quien al parecer hablaba más español que su marido. Viajaban para Melgar, a tres horas de Bogotá, a pasar el año nuevo en una finca. Ya habían llamado a un amigo de ellos, también Coreano, que iba mucho más adelante para que viniera en su ayuda. El amigo llevaba más de veinte años viviendo en Colombia. Todos eran comerciantes; tenían puestos en San Andresito.
Con esa información, los ocupantes de ambos carros nos dimos a la tarea de evaluar cuanto podríamos cobrarles por el arreglo. El otro carro -un taxi de turismo de modelo antiguo- tenía apenas una farola rota. Un daño más que bien podía sumarse a los muchos raspones y abolladuras que ostentaba, seguramente por descuido del propietario, en diferentes partes de la carrocería.
Mi carro –que no era nuevo, pero como todo carro de clase media estaba bien cuidado- tenía rayado todo el costado izquierdo de punta a punta. El conductor del taxi –una persona joven, de apariencia “humilde”, que hablaba todo el tiempo con uno de los pasajeros- consideró que con unos trescientos mil pesos el asunto estaría arreglado.
Por mi parte, calculaba que por menos de un millón de pesos no estaría conforme, pero ¿y si no tenían pesos sino dólares? ¿A cómo estaba el dólar ese día? ¿Subiría la divisa para año nuevo?, pensaba sin atinar a dar una cifra exacta de lo que debería cobrar por el perjuicio. Los coreanos nos miraban con extrañeza desde la profundidad de sus ojos cada vez que volvíamos con un nuevo presupuesto en pesos o en dólares.”No freno” “Nosotros pagar” “Amigo venir” respondía el que hablaba algo de español, después seguían hablando entre ellos en “chino”.
Pasaron unos veinte minutos hasta que llegó el amigo de los coreanos. Se acercó primero a sus compañeros, intercambió con ellos alguna información, y después vino hacía el grupo de colombianos. Se presentó; nos preguntó si estábamos todos bien. De pronto, alguien del grupo se tomó la palabra:
-Mucho gusto señor, mi nombre es Fulano de Tal, yo soy abogado –sacó un documento de su billetera-
- ¿Usted venía manejando alguno de los carros?, le preguntó el coreano.
- No señor, yo venía como pasajero en uno el taxi; vengo con mi esposa. Mi interés es colaborar para que esta situación se resuelva rápido porque todos queremos llegar a pasar el año nuevo con nuestras familias ¿cierto?- dijo el hombre, mirándonos las caras en busca de aprobación-.
Afortunadamente ustedes se ve que son personas responsables y si tiene la mejor voluntad esto lo podemos arreglar sin necesidad de que venga la policía de tránsito. Si usted quiere, mire, hacemos un acta donde quede consignado el arreglo que hagamos, ustedes nos responden por los daños y todos seguimos contentos el camino ¿no le parece?
-El carro de mi amigo está asegurado, explicó el coreno. El daño más grave, que es el del señor (me señaló a mí), lo podemos resolver por ese lado –se refería al seguro- ¿ustedes son de Bogotá?
-Si señor, le respondí . No hay ningún problema en que arreglemos allá, pero eso sí, le pediría que me diera alguna garantía de que ustedes me van a responder.
-¿Un papel firmado?
-No, un cheque.
Habló con los otros dos coreanos y luego volvió a dirigirse a mí.
-Ninguno tiene chequera aquí. Nosotros somos comerciantes. Somos gente honrada. Le vamos a dejar una cédula y la tarjeta con los teléfonos en Bogotá. Si usted quiere puede llamar a la embajada que allá le dan referencias de nosotros. Nos comunicamos la próxima semana y llevamos su carro a que la aseguradora lo arregle donde usted quiera.
Estuve de acuerdo, con esa condición, que fuera donde yo quisiera. El conductor del otro carro intervino para exigir su arreglo y volvió a mencionarle al coreano los trescientos mil pesos de la reparación.
El abogado volvió a terciar en el asunto: “Hagamos un acta para que quede compromiso escrito de que asumen la responsabilidad civil” Mija –llamó a su mujer- traiga una hoja y un esfero que yo le dicto. Anote, pues:
“Siendo el 31 de diciembre de 2003, en la vía que de Bogotá conduce a Ibague...”.Todos seguíamos atentos la prosopopeya del jurista y seguimos en silencio, admirados, hasta cuando llego a una parte en la que dijo “el señor tal cancela la suma de trescientos mil pesos por daños al vehículo y cuatrocientos mil pesos por indemnización por lesiones personales”.
-¿Lesiones personales? ¿De qué está hablando usted?, lo interpeló el coreano.
-Yo tengo que llevar a mi señora al médico para que la revise; en el carro hay otra señora que también se siente mal; yo también tengo un hematoma en la cabeza, producto del golpe, si usted va a asumir la responsabilidad también tiene que cubrir gastos médicos.
-Abogado y colombiano es dos veces ladrón, le gritó el coreano. Yo llevo veinticinco años en este país y nunca he confiado en los abogados.
El coreano rompió el papel con el que pretendían estafarlo. Lo que siguió, fue una comprobación más de la injusticia que se estaba cometiendo: el abogado amenazó con poner una demanda por lesiones personales ante la fiscalía, y empezó a tomarse la cabeza con las manos mientras hacía amago de subirse a un bus con su esposa “malheredida”.
La policía llegó en ese momento y el abogado acusó al coreano de haberlo injuriado y de estar haciendo algo que como extranjero no tenía ningún derecho de hacer: “hablar mal del país que le daba de comer”. Los policias se pusieron entonces de su parte y como el abogado insistía en que había heridos, amenazaron con llevarse los tres carros para los patios.
Al fin, entre súplicas y recordándoles que era la víspera del año nuevo, la policía accedió a redactar un acta de compromiso para cada caso: a nosotros nos responderían los coreanos en Bogotá como habíamos acordado. Nos fuimos de allí acusados de “falta de solidaridad” por parte del conductor y del abogado.
-No somos solidarios con leguleyadas que son las que tienen este país como está, fue nuestra respuesta.
Semanas después me enteré por los coreanos de que esa noche habían tenido que pagar exámenes médicos de urgencia para que la policía los dejara ir. El abogado no se había salido con la suya y no había podido cobrar nada más por lesiones personales, puesto que todos estaban ilesos.
Mi carro fue reparado después de algo más de un mes, luego de haber superado todos los obstáculos impuestos por otro abogado, el de la compañía de seguros, obstinado en no aceptar las condiciones que sus mismos clientes habían establecido para remediar los daños. Finalmente, los coreanos tuvieron que poner de su propio dinero lo que el seguro, gracias a beneficios y excepciones jurídicas, no tenía obligación de cubrir.