jueves, septiembre 08, 2005

Por que no veo Rosario Tijeras

La misma razón que me desanima para abrir la novela, me impide ahora sentarme en la butaca. Estoy realmente harto del manoseado tema del sicariato, de la salpicadura de sangre y de las escenas de sexo que hacen populares y reconocidos a los directores colombianos, igual que a algunos escritores, en los grandes festivales del cine y en las ferias del libro. Es cierto que este es un país violento, y es cierto que el narcotráfico moldeó nuestra cultura y nuestro estilo de vida, y es cierto que no debemos cansarnos de denuncirlo, si, compañero. Pero hay una verdad todavía más grande que no podemos negar: a menos que levantemos la cabeza del fango, y que dejemos de regodearnos en nuestras propias escrecencias, no lograremos nunca un cambio en nuestra cultura y en nuestra forma de vida. Eso sin contar con la consabida "mala fama" de Colombia en el exterior, nutrida y engrandecida por las contribuciones de nuestros abanderados "creadores artísticos", y una vez más vendida como imagen de identidad nacional a través de esta clase de producciones.
Vale la pena recordad que la virtud del arte ha sido, a través de los tiempos, la transformación de la vida. No más imitadores de la realidad, no más caricaturas del paisa, no más culto a la degradación social: bastante tenemos con la repetición que de ese modelo han hecho en nuestra clase dirigente, y que ha fomentado y estimulado hasta saciarnos la estupidez televisiva (vease cualquiera de las series de moda), para que ahora nos lo endilguen como atributo nacional.

jueves, mayo 12, 2005

Las lecciones de Ritzard

Por fortuna todavía existen en el mundo periodistas capaces de tomar el pulso de su tiempo, de ver en cada ser humano el valor incalculable del testimonio, de captar el profundo sentido que encierra la más cotidiana de las historias.

Las páginas de Ebano de Ritzard Kapucinski, el libro que recoge la visión de ese "otro mundo" que es el continente africano, revelan la habilidad periodística de este polaco para encontrar, en medio del drama bélico y la guerra civil de turno, el punto de convergencia que puede hacer comprensible a cualquier lector, independiente de fronteras o coordenadas geograficas, la intensidad del drama que viven los habitantes de ese continente olvidado.

Qué valioso e importante sería que en sociedades como ésas, como la nuestra que también pertenece al tercer mundo, menos periodistas se ocuparan de seguir el juego del "glamour" mediático y de la fascinación de encontar su voz, su nombre o su imagen en el registro efímero de la noticia del día, y hubiera más Kapucinskis dispuestos a desentrañar la esencia misma de cualquier hecho importante para una comunidad, que no es otra diferente a su dimensión humana.

Ver:http://cariari.ucr.ac.cr/~semana/libros.html

miércoles, mayo 11, 2005

Los Blogs de mis alumnos

La escritura, al igual que la lectura, es otra a partir de Internet. Si existiera menos arrogancia en los departamentos de literatura y hubiera un interés sincero en estudiar la producción escrita que circula en la sociedad, las nuevas formas de expresión generadas por las posibiliades del intertexto, el retorno de géneros como el diario personal, o la creación colectiva de escenarios y personajes (artificio utilizado con solvencia por los adolescentes jugadores de roll) deberían ser formas interesantes para la "gente de letras".
La experiencia de crear blogs de escritura con mis alumos del Colegio Suizo de Bogotá (CHB)www.helvetia.edu.co me ha puesto de presente algunos de los temas candentes que con seguridad en poco tiempo se discutirán en torno a la escritura en Internet, y muy seguramente en algún chat o en un blog de opinión, que es donde se están discutiendo estos temas.
Hay quienes se resisten a ver sus escritos publicados en un medio en el que "cualquier cosa puede ser escrita por cualquiera" y consideran una simple vulgarización que la obras de grandes cualidades estéticas aparezcan publicadas al lado de las más triviales historietas producto del ocio y de la ignoracia que, dicen, caracteriza a esos "cualquieras" que son los ciberhabitantes.
Estos primeros me recuerdan los argumentos de cierta "crítica especializada" que considera el cánon, lo conocido y lo consagrado como lo único interesante de ser considerado, lo demás no existe y no vale la pena conocerlo. Lastimosamente esta miopía intelectual viene siempre acompañada de la "viga en el ojo ajeno", porque no está exenta del juicio sentencioso, la generalización, y la descalificación de todo lo que no se conoce.
De otra parte, y por fortuna son la mayoría, también hay dentro de mis estudiantes quienes han visto en los blogs una valiosa oportunidad para hacer públicas sus ideas, sus intereses y las metáforas de sus propias vidas, a través de la creación literaria. Sin prejuicios, y con la única intención de divertirse con el lenguaje, algunos de ellos han llegado a desarrollar verdaderos proyectos creativos de escritura en internet, que con toda seguridad vienen a engrosar la numerosa lista de sitios web en los que el universo personal, en sus diferentes facetas y posibilidades, ha venido a explotar las posibilidades expresivas que herramientas como los blogs ofrecen, de forma democrática y abierta, a todo el que quiera que su voz y su palabra sea difundida.
Una muestra de ese trabajo pronto podrá visitarse desde los enlaces de Escribanía, pero estoy seguro, y lo digo con orgullo, que muchos llegarán a los cibernautas por el mérito mismo de sus propios sitios.

martes, enero 25, 2005

El Periodismo Literario

Todavía no hay consenso sobre la denominación que deben recibir los periodistas que niegan las lecciones aprendidas en las escuelas de periodismo, desobedecen la regla básica del lead, y más que desarrollar en sus textos las preguntas de rigor para información de los lectores (quién, qué, cómo , cuándo, dónde y por qué), en ellos se dedican a hacer el registro vivo, palpitante, de la realidad.

Tampoco es claro su origen, aunque se sospecha que Daniel de Foe con su famoso Diario del año de la peste inició una saga que ha conocido la continuidad durante trescientos años en los más disímiles escenarios periodísticos del mundo. La historia es siempre la misma: un joven reportero decide irrumpir en medio de la solemnidad de las páginas en blanco y negro de los diarios, con alguna suerte puede encontrar la complicidad de una “zona de tolerancia” en alguna revista independiente, y comienza a demoler sin contemplaciones las sólidas reglas de la “objetividad” periodística, en un intento emancipatorio por encontrar su voz auténtica, por teñir con los colores de la experiencia propia y ajena la sagrada escritura noticiosa.

Digamos que es un ritual de profanación, sí, pero también de consagración, porque a partir de ese momento, si su artículo supera la estricta vigilancia de jefes de redacción y editores y, además, es leído por complacencia por los lectores, no tendrá que hacer más la larga fila de espera en las sala de redacción camino al reconocimiento, ni tendrá que soñar más con la libertad creadora del escritor furtivo.

Es un periodista literario y eso lo convierte en un botafuegos público, capaz de crear sus propias reglas para cumplir con su compromiso periodístico, sin violar la fundamental para que sea considerado como veraz por los lectores: contar siempre la verdad, no importa cómo la cuente.

Durante los años sesentas y setentas este fenómeno produjo en los Estados Unidos una conmoción similar a la originada por el hippismo, el rockanroll o las drogas. De repente, la prensa se vio asaltada por reporteros que irrumpían precedidos por una pirotecnia verbal nunca antes vista.

Escribían en diferentes publicaciones, pero fue el auge de su estilo y la popularidad que ganaron sus nombres la que los convertiría en un movimiento periodístico recordado, ante todo, por haber generado una de las mayores revoluciones en la técnica narrativa moderna.

En el prólogo a su libro Los periodistas literarios o el arte del reportaje personal, Norman Sims realiza un completo recuento histórico de las firmas, las publicaciones y los valores representativos de esta generación de periodistas-escritores.

Tom Wolfe ha sido considerado el iniciador de esta tendencia. Ya en los años cincuenta, con la publicación de sus primeros trabajos periodísticos-literarios, había marcado una diferencia notable en la forma de tratar sus temas: el tono agresivo de su escritura, la experimentación con la puntuación, la recreación de escenas y otros recursos inusuales en la reportería lo pusieron a la vanguardia de un “nuevo periodismo” que encontraría multitud de adeptos y continuadores en las décadas siguientes.

Debido a la multiplicidad de temas tratados en sus textos, el periodismo literario llegó a confundir no sólo a los lectores, desconcertados por la dificultad para reconocer si pertenecía a la ficción o era verídica la narración de los hechos, sino también a los mismos editores, quienes terminaron por asignar las reseñas de los textos a especialistas sobre los temas, sin que estos tuvieran la capacidad para comprender las sutilezas técnicas de esa nueva forma de escritura.

Sin haberse inscrito intencionalmente en esa corriente periodística y, en muchos casos, adelantándose al descubrimiento y la puesta en práctica de muchos de sus procedimientos investigativos y narrativos, el periodismo literario en Colombia cuenta con una lista numerosa de representantes, que ya en otras ocasiones han sido seleccionados y comentados en trabajos como Antología de grandes reportajes, de Daniel Samper Pizano; la Antología de grandes entrevistas, publicada por el mismo autor; el volumen Crónicas de otras muertes y otras vidas, selección del semanario Sucesos recopilada por Rogelio Echavarría, entre otros.

Desde los tiempos de Alberto Urdaneta, fundador del Papel Periódico Ilustrado a finales del siglo XIX, los periodistas han encontrado en el mismo carácter inusitado, incluso sorprendente y a veces irracional de la realidad nacional el ingrediente principal para la animación de sus narraciones.

Esa misma realidad, sumada al conocimiento de recursos expresivos de la literatura, el cine y hasta la música popular ha motivado en diferentes momentos de la historia reciente una variada producción periodística que escapa a los moldes del tratamiento noticioso para incursionar en géneros como el reportaje, la crónica o la entrevista; éstos han permitido un mayor despliegue de información y una mejor reconstrucción de los acontecimientos.

El inventario que presenta Daniel Samper Pizano permite una aproximación a los nombres, las publicaciones y los recursos técnicos que han hecho parte de esta forma peculiar de hacer periodismo; una tradición que sin tener las fulgurantes repercusiones del periodismo literario norteamericano, ha permitido que se formen y se consoliden vocaciones literarias como las de Germán Pinzón, Alvaro Cepeda Samudio, Hector Rojas Herazo o Gabriel García Márquez, todos, antes que escritores, periodistas.

La década de los años cincuenta del pasado siglo y el diario El Espectador son las coordenadas para situar un punto determinante en la aparición de una generación de periodistas que transformaría, sin credos colectivos ni modelos únicos, la forma de hacer periodismo. Todavía frente a sus textos persiste la pregunta que como santo y seña de identidad precede al periodismo de estilo literario: ¿Es veraz todo lo que cuentan estos periodistas?.



lunes, enero 17, 2005

Relaciones entre Periodismo y Literatura

En la tradición de relaciones entre el periodismo y la literatura pueden señalarse claramente dos grandes etapas: una primera en la que el periodismo era una actividad realizada por escritores, por lo que resultaba inconcebible que se publicaran en la prensa textos escritos sin un estilo atractivo, carentes de un cuidadoso manejo del lenguaje o de estrategias narrativas para ganar la atención del lector.

El periodismo era por entonces una escuela a la que asistían los hombres de letras para aprender a escribir, y por allí pasaron innumerables creadores literarios, desde Swift, De Foe, Dickens y Poe hasta Martí, Hemingway o García Márquez, por mencionar algunos nombres. La segunda etapa de esas relaciones está determinada por la profesionalización de la actividad periodística, y con ella la creciente desaparición del estilo, el desconocimiento del idioma por parte de muchos de los redactores, y la escasa preocupación por el tratamiento estético en la escritura.

A partir de ese momento se impone en la prensa escrita un modelo periodístico que en nombre de la fidelidad a los hechos renuncia a darle una personalidad al cubrimiento noticioso de la realidad. La denominación “periodismo literario” comienza desde entonces a aplicarse con exclusividad, y casi diríamos que de manera despectiva, a las producciones que se alejan del modelo canónico para el cubrimiento noticioso, es decir, aquellas que incumplan con el precepto de informar el quién, cómo, cuándo, dónde y por qué de las noticias, en su estricto orden.

El distanciamiento entre los campos del periodismo y la literatura se ha ampliado de manera considerable en las últimas décadas, debido a la importancia que la prensa escrita le concede a los espacios de publicidad y a la satisfacción de la gran franja de lectores a la que ésta se dirige. Las características de inmediatez, brevedad y superficialidad que determinan las estrategias de mercadeo para el cubrimiento periodístico de los hechos hacen cada vez más eventual la profundidad investigativa y mucho más la calidad estética en el tratamiento periodístico de los temas.

A pesar de lo dicho anteriormente, la revisión de la histórica del periodismo podría demostrarnos que de no haber sido por la contribución de los llamados “hombres de letras” y escritores, quienes le dieron realce y personalidad a la difusión de los mensajes escritos, quizás éste campo no habría logrado tanta incidencia en la conciencia de la colectividad social como llegó a tener.

De igual manera, no podría hablarse de una literatura moderna sin el entrenamiento con el lenguaje, la enseñanza del método investigativo frente a los hechos, el préstamo de algunos procedimientos y formas narrativas que le ha aportado el periodismo a la escritura literaria.

Por esta razón diferimos tanto de las aproximaciones académicas hechas desde el campo de la literatura, caracterizadas por considerar al periodismo, en el mejor de los casos, un género menor de la literatura (en otros simplemente se ignora su producción, precisamente debido a la forma “apresurada” o “superficial” con la que trata sus temas), como de los planteamientos expresados desde las llamadas “ciencias de la información”, que en su obstinación por neutralizar los alcances significativos que podría tener el lenguaje periodístico han terminado por considerar “literatura” todo asomo de personalidad que contraríe la uniformidad estilística que se han propuesto conseguir los medios de prensa escrita.

En nuestra opinión, han sido precisamente las posiciones extremas planteadas desde cada uno de los campos las que han dificultado el examen detallado de las relaciones que a lo largo de su historia común éstos han mantenido. Los escasos volúmenes que en el ámbito hispanoamericano se han dedicado al análisis de las relaciones entre el periodismo y la literatura han tenido hasta el momento una limitada difusión editorial.

De igual manera, salvo algunos excepcionales cursos universitarios, parece haber un desconocimiento en los estudios profesionales del periodismo y la literatura acerca de la muy amplia relación que la corriente periodística-literaria ha venido fundamentado desde el nacimiento mismo del periodismo.

Estamos convencidos de la vigencia que aún tiene esta alianza, como lo demuestran una buena cantidad de libros de crónicas y reportajes editados a ambos lados del hemisferio, la proliferación de novelas de no-ficción, literatura testimonial y muchas otras publicaciones que hacen parte de la producción letrada a medio camino entre el periodismo y la literatura.

En una época en la que los periódicos de circulación masiva reducen sus espacios para la creatividad y la experimentación verbal de los periodistas, éstos han encontrado en algunos medios de prensa alternativos, en espacios virtuales de expresión escrita, y en la edición libresca de sus trabajos de mayor profundidad una oportunidad para la difusión de trabajos periodísticos que han logrado hacer del relato testimonial sobre la realidad una oportunidad para la interpretación, la crítica y hasta la recreación de los hechos.

lunes, enero 03, 2005

La vispera de año nuevo, estando la noche serena.

Eran las ocho de la noche de ese 31 de diciembre (2003) y hasta ahora nada hacía parecer que esa fuera una noche buena. Desde la salida de Bogotá habíamos avanzado en una lenta fila india hasta quedar casi estacionados a pocos kilómetros, pero quizás a horas de distancia de nuestro destino.

Dentro del carro ya habíamos agotado la conversación. Sólo quedaban aire caliente y música mal sintonizada. Veníamos cuatro adultos y tres niños, atiborrados en un automóvil tipo sedán. Los dos carriles se movieron y, como siempre sucede, el carril de al lado corrió más que el nuestro. Volvimos a quedar estacionados. Entonces, sin saber de dónde ni por qué, una sombra vino del costado derecho y se nos echó encima. Escuchamos un golpe en las latas y luego vimos con impotencia cómo una camioneta se arrastraba lentamente contra nosotros, como si hubiera venido a rascarse.

-¡Qué fue eso!¡Hay, Dios mío!.

Hubo unos segundos de pánico: Mi puerta, la del conductor, no podía abrirse. De atrás se bajó mi mujer. ¿Cómo no nos vió? ¿Vendrá borracho o qué? Decía mi papá, sentado a mi izquierda.

Mucho hijueputa!!Era todo lo que repetía yo mientras golpeaba con impotencia el timón.

Por el retrovisor veía los ojos asustados de mi prima y sus hijos. ¡Hay no, pero si veníamos bien! ¿Por qué nos tuvo que pasar esto?, decía ella, con voz ahogada. Pero la camioneta no se detuvo; siguió rodando, buscando otros carros de más adelante para también embestirlos. Golpeó uno más por detrás. Mi mujer me miraba atónita desde la carretera como preguntándome ¿qué hacemos? ¡Súbete que se nos va a volar!, le grité desde la ventanilla. Del otro carro estrellado también se habían bajado. No hubo necesidad de correr mucho. Unos metros más adelante la camioneta se detuvo afuera de la vía.

Seúl, Bogotá y Melgar

Se bajó un hombre amarillo que estaba blanco del susto. Llevaba un celular en la mano. Lo rodeamos: ¿Está borracho o que? ¿Qué le paso?. Del otro lado se bajó otro amarillo, menos pálido. “¡No freno! ¡No freno!” Explicaba. “No hablar español, llamar amigo venir”. Quedamos todos lelos. ¿Con quién íbamos a alegar? Para que le íbamos a seguir mentando la madre si no nos entendía. Se trataba de un grupo de coreanos que al igual que nosotros viajaba a pasar fin de año fuera de Bogotá. También había mujeres y niños entre ellos. De los dos hombres, sólo el que viajaba de copiloto sabía algunas palabras de español.

Algunas de las mujeres de los dos carros afectados- ambos viajaban igual de llenos- fueron a la parte de atrás de la camioneta para ver cómo estaban los demás ocupantes. Al rato volvieron con más información suministrada por una de las coreanas, quien al parecer hablaba más español que su marido. Viajaban para Melgar, a tres horas de Bogotá, a pasar el año nuevo en una finca. Ya habían llamado a un amigo de ellos, también Coreano, que iba mucho más adelante para que viniera en su ayuda. El amigo llevaba más de veinte años viviendo en Colombia. Todos eran comerciantes; tenían puestos en San Andresito.

Con esa información, los ocupantes de ambos carros nos dimos a la tarea de evaluar cuanto podríamos cobrarles por el arreglo. El otro carro -un taxi de turismo de modelo antiguo- tenía apenas una farola rota. Un daño más que bien podía sumarse a los muchos raspones y abolladuras que ostentaba, seguramente por descuido del propietario, en diferentes partes de la carrocería.

Mi carro –que no era nuevo, pero como todo carro de clase media estaba bien cuidado- tenía rayado todo el costado izquierdo de punta a punta. El conductor del taxi –una persona joven, de apariencia “humilde”, que hablaba todo el tiempo con uno de los pasajeros- consideró que con unos trescientos mil pesos el asunto estaría arreglado.

Por mi parte, calculaba que por menos de un millón de pesos no estaría conforme, pero ¿y si no tenían pesos sino dólares? ¿A cómo estaba el dólar ese día? ¿Subiría la divisa para año nuevo?, pensaba sin atinar a dar una cifra exacta de lo que debería cobrar por el perjuicio. Los coreanos nos miraban con extrañeza desde la profundidad de sus ojos cada vez que volvíamos con un nuevo presupuesto en pesos o en dólares.”No freno” “Nosotros pagar” “Amigo venir” respondía el que hablaba algo de español, después seguían hablando entre ellos en “chino”.

Coreano no comer perro colombiano

Pasaron unos veinte minutos hasta que llegó el amigo de los coreanos. Se acercó primero a sus compañeros, intercambió con ellos alguna información, y después vino hacía el grupo de colombianos. Se presentó; nos preguntó si estábamos todos bien. De pronto, alguien del grupo se tomó la palabra:

-Mucho gusto señor, mi nombre es Fulano de Tal, yo soy abogado –sacó un documento de su billetera-

- ¿Usted venía manejando alguno de los carros?, le preguntó el coreano.

- No señor, yo venía como pasajero en uno el taxi; vengo con mi esposa. Mi interés es colaborar para que esta situación se resuelva rápido porque todos queremos llegar a pasar el año nuevo con nuestras familias ¿cierto?- dijo el hombre, mirándonos las caras en busca de aprobación-.

Afortunadamente ustedes se ve que son personas responsables y si tiene la mejor voluntad esto lo podemos arreglar sin necesidad de que venga la policía de tránsito. Si usted quiere, mire, hacemos un acta donde quede consignado el arreglo que hagamos, ustedes nos responden por los daños y todos seguimos contentos el camino ¿no le parece?

-El carro de mi amigo está asegurado, explicó el coreno. El daño más grave, que es el del señor (me señaló a mí), lo podemos resolver por ese lado –se refería al seguro- ¿ustedes son de Bogotá?

-Si señor, le respondí . No hay ningún problema en que arreglemos allá, pero eso sí, le pediría que me diera alguna garantía de que ustedes me van a responder.

-¿Un papel firmado?

-No, un cheque.

Habló con los otros dos coreanos y luego volvió a dirigirse a mí.

-Ninguno tiene chequera aquí. Nosotros somos comerciantes. Somos gente honrada. Le vamos a dejar una cédula y la tarjeta con los teléfonos en Bogotá. Si usted quiere puede llamar a la embajada que allá le dan referencias de nosotros. Nos comunicamos la próxima semana y llevamos su carro a que la aseguradora lo arregle donde usted quiera.

Estuve de acuerdo, con esa condición, que fuera donde yo quisiera. El conductor del otro carro intervino para exigir su arreglo y volvió a mencionarle al coreano los trescientos mil pesos de la reparación.

El abogado volvió a terciar en el asunto: “Hagamos un acta para que quede compromiso escrito de que asumen la responsabilidad civil” Mija –llamó a su mujer- traiga una hoja y un esfero que yo le dicto. Anote, pues:

“Siendo el 31 de diciembre de 2003, en la vía que de Bogotá conduce a Ibague...”.Todos seguíamos atentos la prosopopeya del jurista y seguimos en silencio, admirados, hasta cuando llego a una parte en la que dijo “el señor tal cancela la suma de trescientos mil pesos por daños al vehículo y cuatrocientos mil pesos por indemnización por lesiones personales”.

-¿Lesiones personales? ¿De qué está hablando usted?, lo interpeló el coreano.

-Yo tengo que llevar a mi señora al médico para que la revise; en el carro hay otra señora que también se siente mal; yo también tengo un hematoma en la cabeza, producto del golpe, si usted va a asumir la responsabilidad también tiene que cubrir gastos médicos.

-Abogado y colombiano es dos veces ladrón, le gritó el coreano. Yo llevo veinticinco años en este país y nunca he confiado en los abogados.

El coreano rompió el papel con el que pretendían estafarlo. Lo que siguió, fue una comprobación más de la injusticia que se estaba cometiendo: el abogado amenazó con poner una demanda por lesiones personales ante la fiscalía, y empezó a tomarse la cabeza con las manos mientras hacía amago de subirse a un bus con su esposa “malheredida”.

La policía llegó en ese momento y el abogado acusó al coreano de haberlo injuriado y de estar haciendo algo que como extranjero no tenía ningún derecho de hacer: “hablar mal del país que le daba de comer”. Los policias se pusieron entonces de su parte y como el abogado insistía en que había heridos, amenazaron con llevarse los tres carros para los patios.

Al fin, entre súplicas y recordándoles que era la víspera del año nuevo, la policía accedió a redactar un acta de compromiso para cada caso: a nosotros nos responderían los coreanos en Bogotá como habíamos acordado. Nos fuimos de allí acusados de “falta de solidaridad” por parte del conductor y del abogado.

-No somos solidarios con leguleyadas que son las que tienen este país como está, fue nuestra respuesta.

Semanas después me enteré por los coreanos de que esa noche habían tenido que pagar exámenes médicos de urgencia para que la policía los dejara ir. El abogado no se había salido con la suya y no había podido cobrar nada más por lesiones personales, puesto que todos estaban ilesos.

Mi carro fue reparado después de algo más de un mes, luego de haber superado todos los obstáculos impuestos por otro abogado, el de la compañía de seguros, obstinado en no aceptar las condiciones que sus mismos clientes habían establecido para remediar los daños. Finalmente, los coreanos tuvieron que poner de su propio dinero lo que el seguro, gracias a beneficios y excepciones jurídicas, no tenía obligación de cubrir.